El pasado agosto se llevó a dos grandes figuras de la traducción: Marina Orellana, orgullo de la traducción nacional, autora del muy práctico glosario internacional para el traductor y miembro honorario (¿u honoraria? ella habría sabido responder) del colegio de traductores de Santiago.
El otro deceso fue Eugene Nida, famoso teórico de la traducción y creador de la idea de «equivalencia dinámica», según la cual una traducción debe surtir el mismo efecto en su lector que el texto original en el lector original. Aunque no queda muy claro cómo podría medirse este efecto, ya que muchas veces se trata sólo de procesos mentales no conmensurables (a menos que se trate de instrucciones, como cierre la ventana o salte en un pie), el concepto influyó enormemente en el desarrollo de la traductología moderna.
Ninguno de los dos pasó agosto, pero ambos murieron de más de 90 años, dejando un importante legado que ha ayudado e influido a las nuevas generaciones de traductores, aunque muchos ni siquiera estén conscientes de ello. Como ninguno de los decesos recibió su cobertura merecida en la prensa, esta entrada está dedicada a ellos. Ni que fuera suficiente, pero igual.